Al regresar de Europa, en 1951, compró con facilidades de pago muy suaves, un terreno de 6,000 metros en las afueras de San Angel. Sus conocidos dijeron que estaba loco por separarse de la vida citadina a cambio de un terreno inútil y lejano sin barda, sin luz, sin agua, sin casa, sin acceso fácil y además no tendría los recursos para su desarollo. A pesar de los comentarios desalentadores, Feliciano seguía con su sueño que nunca tuvo una forma muy definida más que un lugar donde podría ser independiente. Ni puso un nombre a su asentamiento. Por todo su vida, su única referencia era “mi terreno”.
El pedazo que compró fue parte de la última sección del rancho de Atlamaya y bordeaba el Antiguo Camino a Acapulo, antes la ruta principal al puerto, pero después de la era de las diligencias cayó en desuso y el puente sobre el río Tequilazgo en la Barranca de Guadalupe había derrumbado exactamente donde Feliciano estableció su pequeña colonia. El camino ahora parecía una brecha rugosa casi intransitable para vehículos. El río, entonces cristalina y afluente si no caudaloso, era lo que más captó la atencion de Feliciano. El terreno lindaba con la huerta vieja del rancho y tenía sólo tres pirules grandes y una franja de magueyes.
Primero construyó una choza primitiva de un cuarto donde fue a vivir con Yolanda (de 10 años), hija de su hermana Consuelo, a quien Feliciano adoptó al morir su padre. Construyó con tablas de madera nueva y un techo de cartón enchapoteado. Apenas ocuparon la choza cuando la madera empezó a torcer y pasaron su primer invierno con frío y chiflones. Yoli ayudó a transportar en la tranvía de los Viveros de Coyoacán los pequeños cedros para formar la primera separación de su terreno. Los pronósticos ominosos de sus “amigos” desvanecieron y la choza se convirtió en un centro de reunión para los amigos variados de Feliciano.
Inmediatamente, Feliciano embarcó en la construcción de su primera casa permanente (que llamó Casa San Juan en honor de su madre), empezando con una sala enorme construida de adobe hecho por Feliciano en una parte del terreno donde encontró una arcilla idonea. Cerca del lugar pasaba un primitivo canal de irrigación que daba una hora de agua tres veces por semano. Una vez teminado el adobe, Feliciano usaba la excavación para almacenar agua para irrigar el jardín y años después le sirvió como el hoyo inicial de la alberca.
La sala tuvo muebles de sabor provincial, una mesa grande de comedor, un piano de cola para sus hermanas y amigos músicos y por el muro princpal, una larga barra de ejercicio para amigas bailarinas. Un corredor ancho con las recámaras de sus sobrinos por un lado llegó a un comedor que construyó alrededor de una escultura de Adán y Eva (Vea Arte/Escultura de piedra). Su gran estudio de pintar formó el segundo piso de la sala.
La sala tuvo muebles de sabor provincial, una mesa grande de trabajo, un piano de cola para sus hermanas y amigos músicos y por el muro princpal, una larga barra de ejercicio para amigas bailarinas . Un corredor ancho con las recámaras de la familia por un lado llegó a un comedor que construyó alrededor de una escultura de Adán y Eva. Su gran estudio de pintar formó el segundo piso de la sala.
El hijo del patrocinador de Feliciano en Nueva York, Nathaniel Coleman, negociante de tabaco, deseaba venir a México para estudiar grabado en México y pidió si podría vivir en la casa nueva, pero cuando Feliciano supo que Jack vendría acompañado de su difícil esposa, dijo “Mejor que te construyo otra casa”. La pareja dejó la casa después de sólo tres meses con Lucille diciendo que ella no era de la madera de pionera. Inmediatamete varios conocidos pidieron rentar la casa vacía. Así en un golpe Feliciano se descubrió como casero, un papel que nunca habia imaginaba ni deseaba; y más importante, salió su pasión latente para construir. El primero le mostró una ayuda a sus finanzas, ya que su falta de reconocimiento en Méxo como artista no le daba ingresos adecuados; y la segunda abrió una veta desconocida que enriqueció toda su futura vida. Una construcción tras otra: casas y estudios para diferentes materiales y técnicas, que al final quedaron atascados de todo.
Las casas tenía una similitud de estilo por ser de materiales similares y un solo creador pero tuvieron una multitud de diferencias entre sí según la razón de la casa, su locación en la variada geografia del terreno, los materiales disponibles y más de nada las ideas de su creador.
Había casas de todos tamaños desde El Cuchitril que originalmente fue una casa de muñecos de Yolanda hasta la Casa de los Soles de cuatro recámaras, estudio, solarium, construida en cuatro pisos con la entrada y garage en un quinto al nivel del río. Se hizo con los restos rescatados de la destruccion del Periférico, los cuales dictaron el número, tamaño y dimensiones de los cuartos.
Una caractéristica notoria tanto en los jardines como en las casas era las escaleras que subían y subían. Una crítica de arte sugirió que Feliciano tenía una fjación en llegar al cielo. En un autorretrato de 1956, Feliciano se presenta frente a una larga escalera sin fin.
Cada casa tenía una razón válida y verídica por su orígen: dos de las casas tuvieron su origen en el deseo de los Coleman para pasar parte del año en México. Primero pidieron la Casa del Bola hecha para su hijo; estaba ocupada, y Feliciano dijo inmediatamente, “Pero les haré otra”. Por la urgencia de los Coleman y el genuimo afecto y gratitud que sentaba Feliciano, trabajó sin descanso o interrupción con el viejito que le ayudaba y los tres pisos de la Casa del Unicornio estaban listos en tres meses y veinte días con sus instalacones de agua y electricidad también hechas por Feliciano. Antes de ocupar la Casa del Unicornio, Nat tuvo una grave accidente y no pudo ocuparla. El año siguiente pidió su casa y recibió la ya tradicional respuesta. La Casa del León fue el producto; un infarto de Nat previó cuaquier residencia en la ciudad de México para el futuro.
Antes de ir en 1956 por segunda vez a Europa construyó una casa de cuatro cuartos pequeños, uno sobre el otro pero acostados sobre el declive entre el jardín superior y el río que se nombró El faro. Su pretexto era para que él mismo podría disfrutar un espacio propio lejos de sus sobrinos, pero como nunca lo ocupaba, fue rentado como las demás casas. La Casa San Juan II fue hecho para reacomodar a Feliciano y su familia en 1963 cuando las obras del Periférico destruyeron la casa original. Junta pero separada hizo una casita de dos pisos con el mismo propósito de El faro.
El terreno tuvo un desnivel muy marcado en la curva del río. Cada año había una seccion del despeñadero que necesitaba reparar y reforzar después de la temporada de lluvias. Finalmente, para hacer el trabajo menos laborioso Feliciano hizo dos escaleras muy primitivas de piedras para subir los materiales de reparación. Cuando regresó de su segundo viaje a Italia, encontró que la conformación del terreno y las dos escaleras eran reminiscentes de los teatros griegos que había visto en Sicilia y así nació su anfiteatro que se inauguró en 1962 con una producción de Bajo el bosque blanco dirigida por Juan José Gurrola.
El terreno dió mucho placer y satisfacción a Feliciano pero tuvo cuatro gran tragedias que afectaron no sólo su ánimo sino le obligaron a cambiar muchos de sus ideas y conceptos para el terreno, aparte de causar muchísimo tiempo de trabajo agotador y grandes pérdidas y gasto de dinero.
En 1962, cuando regresaba del monasterio, muy agobiago por la muerte de Yoli, empezó a oír rumores de la construcción de una vía de alta velocidad que iba a pasar por su terreno. Ante estos rumores que el gobierno de la ciudad ni afirmaba ni negaba, 150 miembros de la comunidad intelectual-político firmaron una carta muy respetuosa al Regente, pero la carta y los artículos de prensa le inspiraron más saña. En 1963 tumbaron la Casa San Juan y tres más con el pirul enorme de la entrada que hasta el final Feliciano pensó que detendría la obra – no pudo creer que alguien sería tan insensible a su belleza para tumbarlo.
En 1964, para que el Presidente podría inaugurar este tramo del Periférico antes de teminar su sexenio, los ingenieros apuraron los trabajos sustituyendo el tubo más grande prefabricado en lugar del gran conducto construido exprofeso proyectado originalmente. En la época de lluvias de 1965, el tubo resultó insuficiente con una indundación manejable, pero el año sigiuiente hubo una inundación mucho más seria que anegó casas y estudios destruyendo o dañando las piezas que tenía listas para la primera presentación de sus Magiscopios en Nueva York. Con un esfuerzo titánico, Feliciano logró reponer las obras y la exposión se presentó como planeado. Después, Feliciano se dedicó a hacer un muro de nueve metros de alto, demoliendo algunos edificios y construyendo otros como soportes de ese baluarte con sólo puertas reducidas tipo bóveda para entrar.
Durante 16 años los habitantes vivían en paz en su jardín-bóveda hasta 1981 cuando las aguas exteriores alcanzaban una altura de 10 metros, desbordando al Periférico y entrando al terreno de Feliciano con una fuerza que arrasó todo, edificios, arboles, obras de arte, biblioteca y coches. No había más remedio que reconstruir partes, demoler otras y dejar algunas como ruinas. Y construir dos edificios grandes para almacenar obra dañada y su restauración (una tarea todavía no terminada). Los nuevos edificios rompieron los espacios abiertos del jardín, arruinando el concepto espacial original de Feliciano.
El cuarto desastre era más sútil e indirecto, pero sin embargo muy dañino. Cuando, por falsas razones ecológicos se agregó un segundo piso, el ruido de aquel subió al cielo, pero el ruido de la planta baja que antes se había desvanecido en la misma dirección, ahora se rebotaba en el techo y salía lateralmente. Así la parte superior del terreno se volvió insoportable tanto en las casas como en el jardín. Naturalmente esta situación molestaba a Feliciano y resentía pagar un enorme predial (extra alto por el dudoso privilegio de estar al lado de la supercarrera), pero por sentimiento no tomó la ruta obvia.
Tres años después de su muerte, sus herederos, Martin Foley y Martín Feliciano Béjar decidieron vender la mitad que frentaba al Periférico y renovar y ajustar lo que queda. Así, de los 6,000 metros originales quedan 2500 que albergan la Casa del Unicornio donde vive Foley; y la Casa San Juan II donde Martín Béjar, quien es chef, tiene su oficina y cocinas en la planta baja, mientras el segundo piso tiene las principales bodegas de las obras de Feliciano.
En las casitas sobre el techo están los extensos archivos de Feliciano, rescatados del lodo. Desde el techo los seis ángeles musicos (no de Feliciano) que antes alineaban la entrada a la capilla, ahora montan una guardia vigilante sobre las casas y el jardín. La pequeña casa anexa que no tenia nombre en la vida de Feliciano, ahora lo llamamos El Refugio y lo rentamos por airbnb. El estudio grande hecho para la restauración de obra despues del 1981, ahora contiene la Galería donde se presenta selecciones cambiantes del acervo de obras. Atrás del teatro está una casa nueva que Martín Feliciano construyó para él y su familia.
Feliciano siempre decía que no construía en su estilo particular por nostalgia del pasado, pero por la disponibilidad de materiales más baratos que los convencionales. Por buena suerte su época de construcción coincidía con la lamentable destrucción del México porfiriano. Admiraba la obra de muchos arquitectos modernos como Ricardo Legorreta con quien cooperó con obras para muchos edificios. Martín Feliciano oyó la palabra de su papa e hizo una casa moderna que hace juego perfecto con el teatro de Feliciano.
Feliciano Béjar escribió mucho y habló frecuentemente en la radio y televisión de todo menos arte. Siempre decía que el artista debe trabajar en su obra y no hablar.