Feliciano Béjar escribió mucho y habló frecuentemente en la radio y televisión de todo menos arte. Siempre decía que el artista debe trabajar en su obra y no hablar.
PINTURA
ESCULTURA
En una rara ocasión en 1977, puso en papel sus ideas sobre arte:
Mi arte es emocional más que intelectual; uno debe sentirla más que entenderla. Requiere participación más que análisis…Veo el arte sin pompa y sin exceso de veneración; desprecio las clasificaciones de escuelas, la preocupación de distinguir entre arte y artesanía. El arte es una re-creación y al mismo tiempo una recreacion…Veo el arte como un juego,un juego que no es ni ligero ni frívolo, una búsqueda para capturar lo incaptable, un proceso incesante y sin término…No puedo quedar quieto. Como el niño con sus juegos, no agoto las posibilidades de un campo antes de moverme a otro.
Su curiosidad y amor para ensayar y comprobar le llevó en muchos caminos donde nunca tuvo miedo del desconocido. En 2011 El Universum, museo de ciencias de la UNAM, dedicó una exposición retrospectiva a Feliciano, con el tíitulo apto de Feliciano Béjar, explorador.
No es para sorprendernos que las primeras pinturas de Feliciano eran Cristos primitivos pintados en tablas de madera, como iconos, algunos cubiertos del papel metálico de cajetillas de cigarros. La serena figura central de Cristo contrasta con la congoja de las Tres Marías, campesinas mexicana al pie de la cruz. Los ángeles flotando arriba con su guirlanda, el exagerado moño del cendal, los chorros estilisados de sangre y el marco de querubines, todos demuestran los orígenes de la obra en el barroco popular de México.
Sus primeros años eran de un avance cauteloso en un terreno desconocido y como cualquier autodidacto, explorando los lmites de su mundo conocido pero limitado. En el caso de Feliciano se dedicó primero a examinar su famiia, luego su entorno en las calles de Jiquilpan y los cerros, lagos y ciénaga de las áreas circundantes. Con los verdes intensos de los cultivos, las sienas variadas de las tierras inundadas y el intenso azul de los cielos michoacanos estableció su paleta básica que le duró quince años aún cuando pintaba paisajes más lejos, como los campos y mar de Nueva Jersey o las ciudades de España.
Las procesiones, ceremonias y fiestas de Michoacán producían más color, pero calmada; la vitaldad se debe más al movimiento de las personas y el vigor de sus pinceladas. Aunque los edificios, sobre todo coloniales le encantaban, el campo y áreas naturales le atrajeron más, Sólo en Europa los paises urbanos le cautiveron sobre todo en sus acuarelas de Francia y Suiza.
Cuando tuvo un estudio adecuado en su nuevo terreno en San Angel empezó a ensayar y jugar con nuevos materiales y técnicas, especialmente con figuras en movimiento y dibujos de líneas fuertes de tinta negra aplicada con brocha. Estas pinturas continuaba usando los elementos del mundo exterior que había pintado por tantos años: ahora no lo habitaba sus parientes y amigos sino habitantes de un mundo ajeno, aunque reconcible, obviamente paralelo al nuevo mundo que estaba creando en las riberas del río Tequilazgo. Los paisajes y edificios sólidos, antes casi palpables, ahora parecía como escenografía distante y sin época. Las viñetas en la lejanía son inconfundiblemente mexicanas con sus cúpulas y acueductos y obviamente de Béjar con sus caballos locos galopando en el campo.
En 1955-65, su mundo interior imaginario se hacía más complicado y extenso y en los últimos años la cara y figura de su hija perdida pobló más y más sus bosques y ciudades. El mundo interior seguía pero con experimemtos en relaciones humanos.
Durante cinco años los humanos tuvieron caras solapadas, no para mostrar personalidades múltiples de una sola persona sino lo contrario, para mostrar cómo personas en ciertas relaciones se unen para forma una persona compósita, como dos amantes, un grupo de amigos muy cercanos, o la extensa familia de Feliciano de nueve personas, cada uno identificable como indivíduo pero una unidad completa. En esta época Feliciano modificó su paleta: en geneal se limitó a azules y verdes ahora bajados de intensidad y, en ocasiones, agregó rojo. Todos sus cuadros de esta época las pintaban con un mìnimo de pigmento. Aplicaba la pintura y luego lo borró frotando con un trapo.
Con la invasión en su tiempo de vitrales, esculturas de madera, bronce, chatarra de metal y más que nada los Magiscopios, su pintura, aunque seguía, recibía menos atención del artista por unos años.
En 1980 después de un lapso de quince años Feliciano encontró tiempo para dedicarse a una época de pintura que extendió hasta su muerte en 2007. Se debía un poco al enojo de Feliciano con los críticos que antes habían elogiado su pintura, pero frente al éxito de los Magiscopios empezaron a decir ”Feliciano no es un pintor, sino un escultor”. La pasión para poner a cada uno en una casilla y no aceptar que alguien puede hacer más que una cosa le enfurecía. Más que esto, la belleza del rancho con sus vistas y el efecto del cambio de aires en los colores lo impulsó irresistiblente a dedicar más tiempo a la pintura. El rancho, con 300 metros más altura que la ciudad de México tiene días muy calientes y noches igualmente frías que quiere decir que hay muchas noches o de una transparenia increíble o una neblina ligera como un velo delgado que luego se convierte en una niebla espesa y hasta obstructiva, y unos días de calor cuando la luz tiene una condición vibrante.
Feliciano sentía una obligación de hacer una crónica del paisaje del rancho bajo estas condiciones. El resultado es un imagen, no borroso sino trémulo, que en los cuadros de este largo peiodo (1980 a 2006) está ayudado por el uso de laca aplicada con un pincel de aire, a veces mezclado con pincelazos mas ortodoxos de óleo. Para una minoría, con los ojos endurecidos o inflexibles, la pintura de ese periodo puede ser difícil y hasta penosa, pero para la mayoría, que puede y está con la voluntad de relajar los ojos y reenfocar su visión, ofrece oportunidades de entrar no solamentes en los rasgos y colores del paisaje, sino su textura vital.
Desde su niñez, Feliciano empezo a trabajar con vidrio, ayudando a la China Cervantes con sus pinturas sobre este medio. Más tarde trabajó unas semanas en un taller de vidrio en Murano, Italia.
No le impresión tanto el vidrio veneciano, pero se enamoró de la luz y color de los vitrales medievales sobre todo de Francia y el norte de Europa. Dedicó muchos anos después, a experimentar con vitrales pero con el vidrio empotrado en cemento, plástico o lámina de metal para evitar las divisiones oscuras de plomo y fierro. En los primeros décadas de los ‘60, sus experimentos le llevaron a los Magisopios.
Cuando Feliciano empezó su proyecto en Atlamaya le faltaba un estudio para pintar, pero tuvo, por primera vez en su vida, una espacio casi sin límites para trabajar en lo que deseara. Compró un lote mixto de piedras de Chiluca. Nunca había trabajado en piedra; empezó a enseñarse con obras chicas y fáciles como ranas para fuentes y páneles pequeños en bajo relieve. Como buen muchacho jiquipense progresó a un San Francisco y por su madre a un San Juan Bautista. Unía algunas de la piedras para hacer obras mas grandes como el unicornio o el Fauno en reposo. Con las dos piedras más grandes hizo el Fuente de los ángeles y el Adán y Eva. En todas las obras estaba aprendiendo como dominar el medio más que desarrollar un estilo propio. Las dos obras finales seguía el estilo “mexicano” del momento con caras de rasgo indígena y dedos de manos y pies gruesas y chatas. Parecen copias de los ángeles de Tonantzintla que tanto admiraba Feliciano. Trabajó el Adán y Eva en el lugar destinado para el comedor de la primera casa lo cual construyó alrededor de la obra. Por fuerza mayor la primera pareja tuvo que mudarse de hogar dos veces.
Los años 1962-3 eran, aparte del despegue de su carrera en general, eran muy sombriós por la muerte de Yolanda y el inexorable avance del Periférico, pero Feliciano encontro una manera de sacar un beneficio de la odiada supervía: pidió a algunos trabajadores del Periférico que le enseñaran a soldar y cortar láminas con soplete, algo anhelado desde hace tiempo. Empezó a usar su nuevos conocimientos sin descanso y sus nuevos maestro quedaron atónitos con lo que estaba haciendo su alumno con chatarra; cuando tuvieron que pasar al próximo tramo del Periférico, trajeron, como regalo de despedida, un camión de chatarra que incluía más de 150 zapapicos rotos o despuntados. Con aquellos empezó una nueva época de Pájaros musicales y una gran escultura, el Cristo del Periférico con el estirado cuerpo hecho de picos montado sobre una cruz de dos varillas gruesas. En 1963 hizo una serie de animales, caballos, gatos, jirafas en lámina, algunas perforados para meter pedazos de vidrio de color.
Con metales soldados, chatarra y vidrios, ya Feliciano tenía los elementos básicos para las esculturas a los cuales en 1966 el poeta y director de Artes Plásticos del INBA puso el nombre de Magiscopios. El toque importante final era la adición en 1964 de lentes. En aquel año hizo La familia, el primero de este género que le satisfacía.
En 1966 los exhibía por primera vez en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México. Su début internacional fue en una exhibición itinerante por cinco museos de Inglaterra titulada El mundo de Feliciano Béjar constituida por pinturas y fotografías de su arquitectura y 20 Magiscopios. En Noviembre del mismo año tuvieron su primera presentación en Nueva York.
En su primera exposición, Feliciano los definió: “Tengo el propósito de crear estructuras de líneas fuertes para capturar y albergar un mundo de visiones y poesía. Mis Magiscopios tienen las cualidades de instrumentos ópticos, al mismo tiempo fantásticos como calidoscopios y científicos como telescopios. Algunas distorsionan, otros afinan, pero siempre dan una nueva visión. Como su nombre genérico lo indica, ellos son instrumentos para ver magicamente – para ver la magia y poesía que existen alrededor de nosotros todos los días pero que nuestros ojos indiferentes no quieren ver”.
La primera generación de Magiscopios usaba chatarra pesada de máquina o de coches que enapsularon imágenes hechos por lentes pequeños que al principio, Feliciano compraba como lupas ya hechas, pero rápidamente aprendió de un amigo óptico hacer lentes cóncavos pero con límites de tamaño que tuvo que encajar en resina.
En poco tiempo aprendió o evolucionó diferentes técnicas y empezó a trabajar pedazos de vidrio cada vez más grandes y cuando talló en los dos lados del vidrio, hacía imágenes más complicados. Aunque al principio la parte metálica y de vidrio o plástico eran de igual importancia, con el tiempo el vidrio tomó más importancia hasta que el marco desapareció totalmente en muchas de las obras que Feliciano hizo en la fábrica de cristal de plomo en la Selva Negra de Baviera.
Le gustaba usar diferentes plásticos y defendía su valor como una material legítimo para escultura para aprovechar sus cualidades especiales. Nunca vió el plástico como un substituto. En algunos casos le gustó la imagén más suave que muchos resinas producían y para obras de mayores dimensiones era indispensable. Y si deseaba lentes convexos, plástico era mucho más accesible.
Comparable con su uso de plásticos era su uso de superficies de espejo or metales pulidos. Desde 1970 experimentaba con las imágenes creadas por esferas en una exposición de obras basadas en planetarios renacentistas. Más tarde hizo obras grandes con bolas reflectivas para muchos edficios en la ciudad de Mexico y obras de columnas de plástico en las cuales las prismas de las esquinas hacían las imágenes.
En 1971, en un grupo de artistas, Feliciano fue invitado a participar con dos diseños para una nuevo taller de tapices con técnica de Gobelin en el pueblo de Xonacatlán, un proyecto del gobierno del Estado de México para revivir la industria de tejido tradicional que había casi desaparecido en aquel pueblo. Feliciano se entusiasmó tanto que en los próximos diez años diseñaba una gran cantidad de tapices de diferentes tamaños especialmente dos series, Variación sobre un círculo y Células de madera. Muchos de los diseños se relacionaban con sus pintura y relieves de madera de la misma década de los 70 donde predominaban sus fascinación con el círculo.
Como Feliciano siempre deseaba hacer el trabajo física en la realización de su obra, su relegación al papel de diseñador de los tapices no le satisfacía, aunque en las serie de Células de madera había tenido una participación en el teñido de las lanas, ya que la paleta del taller no era de su satisfacción. Durante la década siguiente hizo él mismo una cantidad de tapices con pedacería de pieles de color, desechos de un taller de ropa. También hizo una exposición de “banners”, estandartes tipo herádico, hechos de tela de lana cosidos por él mismo.
En 1970 pasó unas semanas aprendiendo las técnicas básicas de grabado en el Molino de Santo Domingo y luego imprimiendo sus primeros ensayos en sus prensas. Pronto tuvo el deseo de tener su propio taller y como era difícil importar ua prensa, hizo la suya con pesados rollos de acero desusadas de la fábrica de papel Loreto. Produjo una cantidad increíble de grabados en una sucesión de ediciones que sólo terminó con su muerte – firmó las últimas copias de una edición para una compañía inglesa de seguros la víspera de su deceso.
Como no le gustó que entrara manos ajenas en su obra, hizo toda la impresión, un trabajo, pesado y algo aburrido. Lo divertido para él y la satisfacción era hacer las placas. Por eso en general hacía pequeñas ediciones. La mayor edición que hizo fue 150 copias de una serie de 10 grabados con el título de Inscripciones, hechos para acompañar diez poemas de Edward Lucie-Smith, inglés, poeta, historiador y crítico de música y arte. Estos se hizo en alto relieve sin tinta, su técnica favorita. Copias de este portfolio, presentado en cajas cubiertas por la hermana de Feliciano con sobras de tela, están en muchos museos y bibliotecas renombradas.