Elige la etapa que te gustaría conocer de Feliciano Béjar.
A principios de 1920, cuando Feliciano Béjar Monada, futuro padre del pintor, se había recuperado de la bala que recibió en la pierna mientras trataba de defender a su joven y bella esposa, Juana Ruiz Guízar, del asalto de Inés Chávez García, bandido “revolucionario” durante el saqueo y quema de Cotija, apacible y próspera ciudad de Michoacán, caminó con Juana y sus dos pequeñas hijas por el cerro los 40 kilometros a Jiquilpan donde se establecieron con sus dos hijas muy menores, Salud y Consuelo; y en julio nació Feliciano, su único hijo varón, en un mesón del pueblo.
Don Feliciano era originario de Tarecuato, pueblo muy indígena del municipio de Santiago Tangamandapio, donde trabajó de joven como pastor y luego se trasladó a Cotija donde tuvo un puesto de mercería en el mercado. Su esposa. María de Jesús Ruiz Guízar tuvo antecedentes de un padre albañil que trabajaba en la construción de la enorme cúpola de la parroquia de Cotija y una madre de mucho carácter y mucha influencia sobre Feliciano. Era pariente de la familia Guízar de Cotija tan católica que en un momento al principio del siglo XX tuvieron simultáneamente cinco miembros obispos.
En Jiquilpan, don Feliciano siguió su oficio de vendedor de mercería, pero sin el lujo de un puesto, ahora con una charola donde desplegaba sus encajes y listones, chuchería para hombres y mujeres y cartas de amor impresas para rancheros enamorados pero analfabetos y la contestación de doncellas en la misma situación. Feliciano pintó su padre muchas veces, siempre con su charola y el título El vendedor de ilusiones.
Rápidamente cambió la charola para un puesto movible en el portal principal y luego una tienda pequeña en su casa. Cuando la familia mudó a la Plaza de Armas (ahora llamada Plaza Zaragoza), la tienda se cambió no sólo de lugar pero también de tamaño. Finalmente la familia y la tienda, que presumía de tener “un poco de todo” mudó a una casa sobre el ex atrio de la parroquia (desde 1929, un espacio público). La Casa Zaragoza y la Casa Atrio que forman parte del museo “El Porvenir” ocupan las últimas casas de la familia.
Béjar debía mucho de su formación básica a sus años tempranos con la alegría de sus fiestas, danzas, pastorelas y procesiones, pero el lado feliz fue contrabalanceado por la violencia de la guerra cristera y la tristeza de ver a campesinos colgados de los árboles del pueblo y en una ocasión sus cabezas extendidas en línea sobre los escalones del Ayuntamiento.
A los ocho anos Béjar sufrió un ataque of poliomielitis y por cuatro años sólo pudo caminar difícilmente con muletas lo cual truncó su educación primaria. Pudo acompañar a sus hermanas a la casa de una señora afro-indígena María “la China” Cervantes para sus clases de bordado. La China era una mujer sin educación o pretensiones pero sabía hacer toda clase de artesanías y logró pasar a Feliciano algunos de sus conocimientos e instintos artísticos genuinos aun si primitivos. De ella recibió estimulación para sus ya existentes ideas de reciclaje.
También, con idea de poder mantenerse aun inmovilizado, asistió a clases en una escuela de comercio cerca de su casa y en 1930 recibió un enorme diploma de taquimecananógrafo!
En 1932, con más movilidad aunque todavía con muletas, fue como interno al Colegio Italiano en Guadalajara. La educación de los padres salesianos le quedó como guante, no sólo en lo académico pero también en lo manual y sus ideas de autosuficiencia. Producían mucho de lo que comían con huertas, hortalizas y establos, y al mismo tiempo hacían zapatería y sastrería para vestirse, muebles y herrería para la escuela e impresión, encuadernación e ingeniería para su propio servicio y también para clientes foráneos. No hay duda que la escuela dio forma organizada a sus indefinidas ideas y experiencias anteriores, todo en dos cortos años porque en 1934 el ejército cerró la escuela por ser católica y así a los 14 años terminaron la poca educación formal de Feliciano.
De regreso en Jiquilan se dedicó a ayudar de tiempo completo en la tienda, solamente pasando parte de su tiempo libre en pintar y hacer esculturas de alambre para estudiar el cuerpo humano.
El resto del tiempo libre pasó con el equipo de fútbol que fundó, la “América”. Con el tiempo este equipo se hizo renombrado en Jiquilpan y el área de la Ciénaga y las descripciones de Feliciano corriendo y blandiendo su muleta como espada para animar a su jugadores se hicieron legendarios.
Feliciano y su papá compraron un terreno en las afueras del pueblo para construir una huerta donde podrían cultivar fruta tanto de clima fría como semi-tropical. Rápidamente, gracias a las extensas sistemas de obras hidráulicas que hicieron, se convirtió en un vergel que inspiró Feliciano para el futuro, porque pronto este paraíso, como él de Guadalajara, se esfumó para un fraccionamiento efímero.
En 1940, Lázaro Cárdena, en el ultimo año de su sexenio, trajo a José Clemente Orozco, entonces en la cima de su fama, para llenar de murales el interior de lo que había sido la iglesia guadalupana y ahora destinada a ser la Biblioteca Gabino Ortiz. Los esfuerzos del joven artista local para hablar con él fueron rechazados repetidamente. Probablemente esto se debía al notoriamente difícil temperamento de Orozco o quizá éste sentía las dudas de Feliciano sobre la falta de consideración de los muralistas para la arquitectura or la efectividad de murales como arte para el pueblo.
Aunque sentía los impulsos de crear, no veía el arte como manera de ganar la vida. Vió su futuro probablemente en el comercio. Empezó como agente viajero para la Cía American Textil en la ciudad de México vendiendo encajes desde velos de misa hasta cortinas y para el Centro Mercantil de Monterrey vendiendo productos de peltre. Fue a las partes más pobres y lejos y siempre logró darse tiempo para visitar monumentos, iglesias y lugares naturales y llegar a su pueblo para las fiestas que pasó ayudando a sus padre en la tienda.
Al principio de los 40 extendió sus viajes comerciales a Centro América, Panamá, Venezuela y Colombia. En Honduras con el apoyo económico de la Legación Mexicana formó un equipo de fútbol, para ayudar restaurar la eminencia que este
juego había perdido ante el béisbol. El equipo de Feliciano se llamó “Michoacán”!
De regreso a México, Feliciano sentía la necesidad de ampliar sus horizontes y se fijó en Nueva York donde fue en 1945 con poco inglés y menos dinero. Se horrorizó por lo sucio y feo de la parte donde llegó el autobús Greyhound, pero no tuvo el dinero para huir de regreso a México.
Se estableció en “Hell’s Kitchen”, quizá el peor barrio de Manhattan donde limpiaba casas, lavaba platos, trabajaba en puestos de comida rápida y hacía juguetes mexicanos
de las latas grandes de manteca de unos restaurantes hasta que unos patrocinadores alemán-americanos le consiguieron una fianza para trabajar de ayudante de aparadorista en una tienda de Fifth Avenue. Ahí trabajó un turno vespertino que le dejaba la mañana y tarde libres para estudiar las técnicas y visiones de los grandes maestros en el Metropolitan Museum.
Regresó a México para pasar 1947 trabajando enloquecidamente para producir un gran acervo de cuadros, del cual, en el año siguiente, presentó dieciocho en su primera exposición individual en la galería Ward Egglestone frente al Carnegie Hall en la calle 57 en el centro del mundo de arte de Nueva York. Adiós al futuro de comerciante, ya era un artista profesional.
Consolidó su posición en dos exposiciones más en la misma galería y con una beca de la UNESCO para estudiar libremente salió a Europa donde pasó casi dos años viajando en bicicleta con largas permanencias en París y lugares que le atraían especialmente para pintar o disfrutar de la vida.
De regreso en México no recibió apoyo del mundo de arte; Feliciano fue el indito que nunca había pasado por las rutas tradicionales de la Esmeralda o San Carlos. Tuvo muchos amigos personales entre bailarines, músicos, artistas, escritores e historiadores de arte, pero el mundo de arte nunca se abrió para él. Sí, tuvo exposiciones, pero todas de instituciones extranjeras.
Desilusionado, fue otra vez a Europa pensando que quizá quedaría a vivir allá. En Francia tuvo un gran éxito tanto de crítica como de ventas en una exposición en la renombrada y antigua Galerie Bernheim-Jeune. En Italia exhibió en la Galería del Obelisco, entonces de modo y gran prestigio, pero lo más imortante eran dos experiencias casi místicas que le conducieron a dedicar más pensamiento a su vida y obra.
La primera gran experiencia era conocer a Nieves Mathews, hija don Salvador de Madariaga, una mujer muy espiritual casi bruja y sus amigas como Isak Dinesen y María Zambrano. A través de ellas, Feliciano entró en un mundo más trascendente, pero de ánimo muy vivo. El momento más impresionante de esta amistad era un picnic con Nieves y Diego de Mesa, poeta español exiliado en México. En la ciudad medieval habían descubierto un edificio casi sostentido sobre una pequeña sirena abrazando a su pecho un diminuto bebé; después durante la comida campestre afuera de la ciudad, cuando la tormenta negra parecía a punto de soltar torrentes, Nieves dijo calmada pero firmamente “No lloverá´” y se fueran las grandes nubes casi corriendo ante un brillante sol. Feliciano pintó los dos “milagros” de la sirena y la tormenta muchas veces.
La primera gran experiencia era conocer a Nieves Mathews, hija don Salvador de Madariaga, una mujer muy espiritual casi bruja y sus amigas como Isak Dinesen y María Zambrano. A través de ellas, Feliciano entró en un mundo más trascendente, pero de ánimo muy vivo. El momento más impresionante de esta amistad era un picnic con Nieves y Diego de Mesa, poeta español exiliado en México. En la ciudad medieval habían descubierto un edificio casi sostenido sobre una pequeña sirena abrazando a su pecho un diminuto bebé; después durante la comida campestre afuera de la ciudad, cuando la tormenta negra parecía a punto de soltar torrentes, Nieves dijo calmada pero firmemente “No lloverá´” y se fueran las grandes nubes casi corriendo ante un brillante sol. Feliciano pintó los dos “milagros” de la sirena y la tormenta muchas.
Una tarde en Antícoli, un pueblo cerca de Roma del típico patrón conocido como de platos rotos, Feliciano salió a la calle después de la siesta. La única persona en la calle era un niño que bajaba la calle que era hecha de escalones irregulares; veía que él se agachaba y tomaba algo de cada charco de la lluvia acumulada de unas horas antes. Intrigado Béjar preguntó que hacía y contestó, “Recojo soles” y siguió su camino. Feliciano vio que de verdad iba recogiendo el reflejo del sol en cada charco lo cual metió en una bolsa de papel. Lo sencillo y lo imaginativo de este juego llevó a Feliciano a analizar sus ideas y encontró que realmente el arte es como un juego serio.
Confiado en sus éxitos en París y Roma, Feliciano regresó a México. La misma historia de antes; pasó los últimos años de los 50 llenando sus talleres y bodegas con pinturas. Al mismo tiempo fue una época muy frúctifera por su experimentación en vitrales y esculturas que unos años más tarde producirían los Magiscopios.
Este año fue de mucha importancia en la vida de Feliciano. Su hija adoptiva, Yolanda Mier Béjar, contrajo Hodgkin’s Disease, entonces mortal, y en pocos meses murió (febrero 1961). Feliciano se retiró al monasterio Benedictino de Cuernavaca, aislándose de su familia y el mundo para pintar y esculpir en madera intensamente, además de trabajar en obras de construcción y manutenimiento de los edificios del monasterio. Durante su ausencia, Martin Foley, historiador irlandés, quien se había relacionado sentimentalmente con Feliciano desde el año anterior se encargó de los cuatro sobrinos que quedaron en la casa de San Angel y de la representación de su trabajo.
Desde entonces se relanzó la carrera de Feliciano. En 1962 tuvo su primera exposición en una galería del INBA, un galerón en Peralvillo, la galeria más pobre del Instuto, pero con la ventaja de un espacio enorme que fácilmente acomodó las 100 pinturas de los últimos quince años, prestadas de colecciones de México, EUA, Francia, Inglaterra, Suiza e Italia. Asi, por primera vez el público mexicano pudo ver una secuencia completa de su obra.
ATLAMAYA
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